Miraflores, 17 de septiembre de 2011
Su Excelencia
Ban Ki-Moon
Secretario General Organización de las Naciones
Unidas
Señor Secretario General: Distinguidos representantes de los pueblos del mundo:
Dirijo estas palabras a la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, a este gran foro donde están representados todos los pueblos de la tierra, para ratificar, en este día y en este escenario, el total apoyo de Venezuela al reconocimiento del Estado palestino: al derecho de Palestina a convertirse en un país libre, soberano e independiente. Se trata de un acto de justicia histórico con un pueblo que lleva en sí, desde siempre, todo el dolor y el sufrimiento del mundo.
El gran filósofo francés Gilles Deleuze, en su
memorable escrito La grandeza de Arafat, dice con el acento de la verdad: La
causa palestina es ante todo el conjunto de injusticias que este pueblo ha
padecido y sigue padeciendo. Y también es, me atrevo agregar, una permanente e
indoblegable voluntad de resistencia que ya está inscrita en la memoria heroica
de la condición humana. Voluntad de resistencia que nace del más profundo amor
por la tierra. Mahmud Darwish, voz infinita de la Palestina posible, nos habla
desde el sentimiento y la conciencia de este amor: No necesitamos el recuerdo/
porque en nosotros está el Monte Carmelo/ y en nuestros párpados está la hierba
de Galilea./ No digas: ¡si corriésemos hacia mi país como el río!/ ¡No lo
digas!/ Porque estamos en la carne de nuestro país/ y él está en nosotros.
Contra quienes sostienen, falazmente que lo
ocurrido al pueblo palestino no es un genocidio, el mismo Deleuze sostiene con
implacable lucidez: En todos los casos se trata de hacer como si el pueblo
palestino no solamente no debiera existir, sino que no hubiera existido nunca.
Es, cómo decirlo, el grado cero del genocidio: decretar que un pueblo no existe;
negarle el derecho a la existencia.
A propósito, cuánta razón tiene el gran
escritor español Juan Goytisolo cuando señala contundentemente: La promesa
bíblica de la tierra de Judea y Samaria a las tribus de Israel no es un contrato
de propiedad avalado ante notario que autoriza a desahuciar de su suelo a
quienes nacieron y viven en él. Por eso mismo, la resolución del conflicto del
Medio Oriente pasa, necesariamente, por hacerle justicia al pueblo palestino;
éste es el único camino para conquistar la paz.
Duele e indigna que quienes padecieron uno de
los peores genocidios de la historia, se hayan convertido en verdugos del pueblo
palestino: duele e indigna que la herencia del Holocausto sea la Nakba. E
indigna, a secas, que el sionismo siga haciendo uso del chantaje del
antisemitismo contra quienes se oponen a sus atropellos y a sus crímenes. Israel
ha instrumentalizado e instrumentaliza, con descaro y vileza, la memoria de las
víctimas. Y lo hace para actuar, con total impunidad, contra Palestina. De paso,
no es ocioso precisar que el antisemitismo es una miseria occidental, europea,
de la que no participan los árabes. No olvidemos, además, que es el pueblo
semita palestino el que padece la limpieza étnica practicada por el Estado
colonialista israelí.
Quiero que se me entienda: una cosa es rechazar
al antisemitismo, y otra muy diferente aceptar pasivamente que la barbarie
sionista le imponga un régimen de apartheid al pueblo palestino. Desde un punto
de vista ético, quien rechaza lo primero, tiene que condenar lo segundo.
Una digresión necesaria: es francamente abusivo
confundir sionismo con judaísmo; no pocas voces intelectuales judías, como las
de Albert Einstein y Erich Fromm, se han encargado de recordárnoslo a través del
tiempo. Y, hoy por hoy, es cada vez más numerosa la ciudadanía consciente que,
en el propio Israel, se opone abiertamente al sionismo y a sus prácticas
terroristas y criminales.
Hay que decirlo con todas sus letras: el
sionismo, como visión del mundo, es absolutamente racista. Estas palabras de
Golda Meir, en su aterrador cinismo, son prueba fehaciente de ello: ¿Cómo vamos
a devolver los territorios ocupados? No hay nadie a quien devolverlo. No hay tal
cosa llamada palestinos. No era como se piensa que existía un pueblo llamado
palestino, que se considera él mismo como palestino y que nosotros llegamos, los
echamos y les quitamos su país. Ellos no existían.
Necesario es hacer memoria: desde finales del
siglo XIX, el sionismo planteó el regreso del pueblo judío a Palestina y la
creación de un Estado nacional propio. Este planteamiento era funcional al
colonialismo francés y británico, como lo sería después al imperialismo yanqui.
Occidente alentó y apoyó, desde siempre, la ocupación sionista de Palestina por
la vía militar.
Léase y reléase ese documento que se conoce
históricamente como Declaración de Balfour del año 1917: el Gobierno británico
se arrogaba la potestad de prometer a los judíos un hogar nacional en Palestina,
desconociendo deliberadamente la presencia y la voluntad de sus habitantes. Hay
que acotar que en Tierra Santa convivieron en paz, durante siglos, cristianos y
musulmanes, hasta que el sionismo comenzó a reivindicarla como de su entera y
exclusiva propiedad.
Recordemos que, desde la segunda década del
siglo XX, el sionismo, aprovechando la ocupación colonial británica de
Palestina, comenzó a desarrollar su proyecto expansionista. Al concluir la
Segunda Guerra Mundial, se exacerbaría la tragedia del pueblo palestino,
consumándose la expulsión de su territorio y, al mismo tiempo, de la historia.
En 1947 la ominosa e ilegal resolución 181 de Naciones Unidas recomienda la
partición de Palestina en un Estado judío, un Estado árabe y una zona bajo
control internacional (Jerusalén y Belén). Se concedió, vaya qué descaro, el 56%
del territorio al sionismo para la constitución de su Estado. De hecho, esta
resolución violaba el derecho internacional y desconocía flagrantemente la
voluntad de las grandes mayorías árabes: el derecho de autodeterminación de los
pueblos se convertía en letra muerta.
Desde 1948 hasta hoy, el Estado sionista ha
proseguido con su criminal estrategia contra el pueblo palestino. Para ello, ha
contado siempre con un aliado incondicional: los Estados Unidos de Norteamérica.
Y esta incondicionalidad se demuestra a través de un hecho bien concreto: es
Israel quien orienta y fija la política internacional estadounidense para el
Medio Oriente. Con toda razón, Edward Said, esa gran conciencia palestina y
universal, sostenía que cualquier acuerdo de paz que se construya sobre la
alianza con EEUU será una alianza que confirme el poder del sionismo, más que
confrontarlo.
Ahora bien: contra lo que Israel y Estados
Unidos pretenden hacerle creer al mundo, a través de las transnacionales de la
comunicación, lo que aconteció y sigue aconteciendo en Palestina, digámoslo con
Said, no es un conflicto religioso: es un conflicto político, de cuño colonial e
imperialista; no es un conflicto milenario sino contemporáneo; no es un
conflicto que nació en el Medio Oriente sino en Europa.
¿Cuál era y cuál sigue siendo el meollo del
conflicto?: se privilegia la discusión y consideración de la seguridad de
Israel, y para nada la de Palestina. Así puede corroborarse en la historia
reciente: basta con recordar el nuevo episodio genocida desencadenado por Israel
a través de la operación “Plomo Fundido” en Gaza.
La seguridad de Palestina no puede reducirse al
simple reconocimiento de un limitado autogobierno y autocontrol policíaco en sus
“enclaves” de la ribera occidental del Jordán y en la franja de Gaza, dejando
por fuera no sólo la creación del Estado palestino, sobre las fronteras
anteriores a 1967 y con Jerusalén oriental como su capital, los derechos de sus
nacionales y su autodeterminación como pueblo, sino, también, la compensación y
consiguiente vuelta a la Patria del 50% de la población palestina que se
encuentra dispersa por el mundo entero, tal y como lo establece la resolución
194.
Es increíble que un país (Israel) que debe su
existencia a una resolución de la Asamblea General, pueda ser tan desdeñoso de
las resoluciones que emanan de las Naciones Unidas, denunciaba el padre Miguel
D’Escoto cuando pedía el cese de la masacre contra el pueblo de Gaza, a finales
de 2008 y principios de 2009.
Señor Secretario General y distinguidos
representantes de los pueblos del mundo:
Es imposible ignorar la crisis de Naciones
Unidas. Ante esta misma Asamblea General sostuvimos, en el año 2005, que el
modelo de Naciones Unidas se había agotado. El hecho de que se haya postergado
el debate sobre la cuestión palestina, y que se le esté saboteando abiertamente,
es una nueva confirmación de ello.
Desde hace ya varios días, Washington viene
manifestando que vetará en el Consejo de Seguridad lo que será resolución
mayoritaria de la Asamblea General: el reconocimiento de Palestina como miembro
pleno de la ONU. Junto a las Naciones hermanas que conforman la Alianza
Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), en la Declaración de
reconocimiento del Estado palestino, hemos deplorado, desde ya, que tan justa
aspiración pueda ser bloqueada por esta vía. Como sabemos, el imperio, en éste y
en otros casos, pretende imponer un doble estándar en el escenario mundial: es
la doble moral yanqui que viola el derecho internacional en Libia, pero permite
que Israel haga lo que le dé la gana, convirtiéndose así en el principal
cómplice del genocidio palestino a manos de la barbarie sionista. Recordemos
unas palabras de Said que meten el dedo en la llaga: Debido a los intereses de
Israel en Estados Unidos, la política de este país en torno a Medio Oriente es,
por tanto, israelocéntrica.
Quiero finalizar con la voz de Mahmud Darwish
en su memorable poema Sobre esta tierra: Sobre esta tierra hay algo que merece
vivir: sobre esta tierra está la señora de/ la tierra, la madre de los
comienzos, la madre de los finales. Se llamaba Palestina. Se sigue llamando/
Palestina. Señora: yo merezco, porque tú eres mi dama, yo merezco vivir.
Se seguirá llamando Palestina: ¡Palestina
vivirá y vencerá! ¡Larga vida a Palestina libre, soberana e independiente!
Hugo Chávez Frías
Presidente de la República Bolivariana de
Venezuela
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