lunes, 21 de agosto de 2017

Pueblos indígenas son formados en cine para contar sus propias historias






Los talleres se han llevado a cabo en varias partes del país y se acompañan de cineforos


El programa Cine en Comunidad del Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC) impulsa la iniciativa de la activista y productora audiovisual Gloria Jusayú de impartir talleres de formación en producción audiovisual en las comunidades y pueblos indígenas de Yukpa, Chaima, Warao, Yekuana y Akawaio, ubicados en los estados Zulia, Monagas, Delta Amacuro y Bolívar.
Jusayú es una productora audiovisual y activista indígena perteneciente al pueblo Wayúu del estado Zulia, que se ha propuesto como reto personal acercar el lenguaje audiovisual a los pueblos indígenas para que tengan la capacidad de narrar sus propias historias.
“Inicié este proyecto con cinco pueblos aunque somos más de cuarenta pueblos indígenas en Venezuela. Lo comencé por allá con el pueblo indígena yukpa visitando tres comunidades y me fue bien. Quedaron de esa siembra de conocimientos algunos hermanos con ganas de seguir aprendiendo, de fortalecer el equipo”, comentó.
usayú ha visitado las comunidades Chawenutu, Karetru y Manüracha-Tukuko del municipio Machiques de Perijá, en el estado Zulia, y las comunidades Chaima de los sectores Palo Quemao II, Cinco Cruces, Buenos Aires, Las Delicias y San Isidro del municipio Caripe del estado Monagas, para transmitir en esas regiones el amor por el arte cinematográfico, y enseñar la forma correcta de contar historias a través de imágenes y sonidos.
Cada participante recibe inducción sobre producción, guion, planos cinematográficos utilizados en un rodaje, entre otros aspectos técnicos necesarios para la posterior realización de un cortometraje basado en las tradiciones culturales de cada etnia.
“El objetivo primero es que aprendan a utilizar las herramientas de producción, porque queremos resguardar las narraciones en lengua originaria de cada pueblo, ya que muchas no existen, otras se están acabando, eso también se ha hecho con los libros, pero nosotros queremos hacerlo de una manera más atractiva, más inmediata para el espectador (…) Yo he hecho énfasis en las historias, pues siempre les pido que traigan una lluvia de propuestas de historias que podríamos hacer para darlas a conocer”, dijo.
Testimonios del pueblo chaima
A la activista indígena Mariela Brito, participante del taller de formación, le gusta el teatro y afirma que es la primera vez que se acerca al cine. “La experiencia fue muy bonita, en el taller estuvimos cuatro días en los que aprendimos de cine, queremos más talleres de fortalecimiento, queremos aprender más de cine. Para nosotros es primera vez que se toman en cuenta regiones indígenas para hacer películas, es primera vez en nuestra historia”.
Igualmente, la activista indígena Mary Córdova, quien además pertenece al Gabinete de Cultura del estado Monagas, comentó que en el pueblo Chaima ya se habían realizado algunos intentos de producción audiovisual sin tener conocimiento técnico. “Aprendimos a hacer cámara, aprendimos actuación y dirección. Un poco de todo eso que nos dio Gloria (Jusayú) y nosotros necesitamos que nos sigan apoyando. De verdad ha sido grande para el pueblo Chaima que hayamos tenido la oportunidad de aprender de cine y estamos motivados a seguir trabajando”.
A Keila Zapata le pareció excelente este tipo de actividades, “incluso a veces nosotros mismos como indígenas desconocemos lo que somos capaces de realizar y dar a conocer; entonces me parece una buena iniciativa que ha tenido la gente del CNAC, en cuanto a dar esos conocimientos y participación a nuestras comunidades indígenas de Venezuela, no solo en Chaima”, destacó.
En los talleres teórico-prácticos que se realizaron en la comunidad Chaima del estado Monagas participaron quince personas con edades comprendidas entre los 14 y 54 años, quienes desarrollaron la idea de un cortometraje documental basado en la historia de Gregoria Zaracaba, quien pertenece al Consejo de Ancianos de la comunidad Chaima. Este Consejo es considerado un archivo viviente, una fuente de sabiduría, que resguarda la historia y los conocimientos de la identidad de la etnia Chaima.
El taller de formación en producción audiovisual para las comunidades y pueblos indígenas está organizado por el CNAC, conjuntamente con Conatel, la Cinemateca Nacional, el Parlamento Indígena de América (PIA) y el Sistema Nacional de Festivales y Muestras de Cine en Venezuela (SNFMCV).
Tertulias para hablar de ancestralidad
En simultáneo a los talleres de formación, la activista Gloria Jusayú con la colaboración de las comunidades realiza cineforos en los que se proyectan películas y documentales que abordan temas culturales representativos para los pueblos indígenas.
Entre los audiovisuales que se presentan en estas citas se encuentran el documental colombiano Mu Drua (Mi tierra, 2011) de Mileydi Orozco Domicó; igualmente el documental argentino Pupila de Mujer, mirada de la tierra (2012) de Moira Millá; y el cortometraje boliviano La abuela grillo (2009) de Denis Chapón.
También se proyecta El abrazo de la serpiente (2015) coproducción entre Colombia, Venezuela y Argentina, dirigida por Ciro Guerra, nominada al premio Oscar; y Tu carretera no es mi camino (2010), documental venezolano realizado por Lisa Pérez, Enrique Pérez, Elvia Meresa, Rogelio Pérez, Arturo Rodríguez y Franklin García, pertenecientes al pueblo Piaroa de San Juan de Manapiare, del estado Amazonas.
Estos cineforos tienen como fin reforzar la identidad de los pueblos originarios y reconocer experiencias de cómo han sido reflejados en el celuloide los relatos relacionados con el ser indígena tanto en el pasado como en la cotidianidad de América Latina.
Ciudad CCS



El CNAC lleva formación cinematográfica a comunidades indígenas del Zulia 21 Junio, 2017 11:30




El proyecto tiene como finalidad el encuentro del cine como medio de expresión y difusión cultural con los pueblos indìgenas

El Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC) apoya durante todo el mes de junio con talleres de formación en producción audiovisual dirigidos a activistas y líderes de los centros pilotos de las comunidades indígenas Chawenutu, Karetru, Manüracha-Tokuko, pertenecientes a la etnia yukpa del municipio Machiques de Perijá, en el estado Zulia.
El proyecto tiene como finalidad el encuentro del cine como medio de expresión y difusión cultural con los habitantes de los pueblos indígenas, del mismo modo, exponer mediante producciones cinematográficas las historias y tradiciones originarias de la región, con el fin de dejar un legado a las nuevas generaciones, refiere un comunicado de prensa.
Efraín Romero, activista indígena del Centro Piloto Karetru, comentó que los tres centros pilotos organizados abarcan 42 comunidades indígenas pertenecientes al pueblo yukpa en la Sierra de Perijá. “Tomamos la decisión de esto porque las comunidades se han venido dispersando y eso es lo que no queremos, queremos fortalecer la unión. Es necesario que reivindiquemos las culturas, idiomas indígenas y costumbres, hemos visto la necesidad de ir visualizando todo eso a través de los medios y ahora a través del cine, eso nos da vigencia, nos visualiza como pueblo”, puntualizó.
Romero informó que todo el contenido de los talleres de formación audiovisual es facilitado por la productora audiovisual Gloria Jusayú, y es traducido en su lengua originaria yukpa. Además, señaló que al final de cada taller se procederá a la elaboración de cortometrajes que resaltan las costumbres y tradiciones de cada comunidad, como la espiritualidad, los bailes, los cantos, la vestimenta, la gastronomía, entre otras expresiones.
Otro dato importante que acotó el activista indígena, es que estos talleres están siendo desarrollados como parte de la celebración de las fiestas patronales de las comunidades yukpa.
De forma simultánea a los talleres de producción audiovisual, se realiza un cine foro para abordar temas culturales de los pueblos indígenas latinoamericanos. Se proyectará el documental colombiano Mu Drua (Mi tierra, 2011), de Mileydi Orozco Domicó; el documental argentino Pupila de mujer, mirada de la tierra (2012), de Moiran Millán; el cortometraje boliviano La abuela grillo (2009), de Denis Chapon; El abrazo de la serpiente (2015), coproducción entre Colombia, Venezuela y Argentina, dirigida por Ciro Guerra y Tu carretera no es mi camino (2010), documental venezolano realizado por Lisa Pérez, Enrique Pérez, Elvia Meresa, Rogelio Pérez, Arturo Rodríguez y Franklin García -pertenecientes a la etnia piaroa de San Juan de Manapiare, del estado Amazonas-, entre otras obras.
El Parlamento Indígena de América (PIA) informó en una nota de prensa que se tiene previsto llevar el taller a las comunidades de la etnia wayúu del estado Zulia este mes. Del mismo modo, se tiene programado desplegar la iniciativa en la comunidad warao de Caño Araguaimujo, en el estado Delta Amacuro, y posteriormente atender a los pueblos yekuana, pemón y warao en las comunidades Cambalache y Maurak, en el estado Bolívar.
T/ Redacción CO
F/ Cortesía
Caracas

jueves, 1 de junio de 2017

La niña wayuu y el hombre incrèdulo

Marlon Zambrano


“ Todos los pueblos indìgenas pueden sa
ber de nosotros a través de los sueños”, explica Rivas Rivas para insistir en el aspecto espiritual que ha afianzado el cariz mìstico Guaicaipuro en el inconsciente colectivo hasta hoy,cuando se utiliza incluso en el aspecto religioso. Pablo Molina.dramaturgo profesor y poeta, nos refiere apoltronados sobre unas banquetas de panaderìa en la esquina El Dato, en los Teques,que esa razòn, la mìsma,es una de las tres patas de una mesa a la hora de interpretar al hèroe aborigen: hay un Guaicaipuro històrico y confuso,uno literario y el de los altares. Molina incluso va màs allà: en sus indagaciones para recrear el mito fundacional,ha terminado por creer que Guaicaipuro no existìo, al menos como lo han traducido los libros.”Todos tienen que ser revisado,yo no puedo creer casi nada de lo que escribiò Oviedo y Baños”,argumenta.
“Se sabe poco del cacique Guaicaipuro,sòlo lo que el presidente Chàvez hizo referencia sobre èl. Sobre sus restos simbòlicos en el panteòn sòlo sabemos los que nos identificamos con la causa y militancia indìgena y tambièn su imagèn aparece en el billete de 10.000 bolìvares y a hora en el de 2.000 segùn el nuevo cono, pero tambièn poco se sabe que es el cacique Guaicaipuro, Igual sucede con los pueblos indìgenas y sus verdaderas realidades. seguir la exigencia de nuestros derechos humano y un derechos màs importante pienso que es,el del buen vivir en nuestros territorios sanos,sin presencia de la extracciòn de la minerìa, de las religiones y de la misma forma de llevar la polìtica sin argumentos sinceros a los pueblos”, nos dijo Gloria Jusayù, activista indìgena encargada de la Direcciòn de Comunicaciòn y Tecnologìa del Parlamento Indìgena de Amèrica,Grupo Parlamentario Venezolano.
Gloria lleva atada por cada muñeca de sus brazos un caminillo de cuentas como amuletos protectores en varias vueltas ajustadas.Se lo recomendò un sueño. Para la tradiciòn wayuu comenta, la vida se signa por la interpretaciòn de los sueños. Coincide con Rivas-Rivas. fue en uno de esos viajes mìsticos que algùn antepasado le indicò que debìa usar esas pulseras como protecciòn.
“A veces siento nostalgia porque no se profundiza el tema indìgena en las instituciones pùblicas,en los ministerios. Por ejemplo el Ministerio de Comunicaciòn debe ayudar a promocionar por medio de micros de un minuto al menos dos veces a la semana en los medios pùblicos y privados.Sòlo se toma en cuenta a los pueblos cuando es para resaltar su cultura de manera folcl’orica,seguimos siendo objetos de vitrina. Falta crear conciencia y la conciencia se abre a travès del conocimiento de las cosas, los sucesos y todolo que se mueve para valorarlo,para seguir los ejemplos que marcan la vida de la identidad indìgena”.
El profesor Molina, quien leyò a Nectario Marìa,Bolivar Coronado Oviedo y Baños.Josè Marìa Cruxent, Tulio Febres Cordero, entre otros para construir una memoria històrica que se acerca a la realidad y asì escribir su pieza teatral Ana karina rote,aunicon paparoto mantoro itoto manto!,encontrò que existen muchas inconsistencias en lo que ha contado la historia sobre los personajes,pero cifrò esperanzas en el nuevo cronista de los Teques, Manuel Almeida,pra descifrar los puntos de inflexiòn que lo han llevado a descreer en la argumentaciòn que ha configurado a un Guaicaipuro de heroicidad sobrenatural.
“ Las històrias de nuestros pueblos indìgenas son reales y a veces siento que eso no es ni la cuarta parte de los hechos que sucedieron, las luchas, los espacios sagrados,triunfos y otras episodios que estuvieron en la puesta en escena. Lo que sucede es que algunos historiadores o cronistas jamàs van a resaltar las fortalezas de los hèroes indìgenas.Pero como cada personaje viene ungido por los espìritus de nuestros antepasados, de alguna manera estàn a la vista las acciones que sucedieron y continùan a travès de lìderes y lideresas sinceros y leales con su pueblo indìgena”, - contradice Gloria ...

miércoles, 5 de abril de 2017

La realizadora indìgena Mileidy Domicó, y su familia se encuentran damnificados de la tragedia en Mocoa. perdieron absolutamente, la avalancha se llevo todo



La indígena del Pueblo Embera, realizadora audiovisual e integrante de la muestra de cine y video indígena Daupará, Mileidy Domicó, resulto damnificada de la tragedia en Mocoa, ella desde hace un año se fue a vivir a Mocoa con su esposo, indígena del pueblo Kamentza. La avalancha se llevo su vivienda, y ella junto con su familia perdieron absolutamente todo. En este momento se encuentra en un albergue del Cabildo Kamentza Villa.


Bisabuela,
no dejes de cantarme,no dejes de darme alimento.Ayúdame a no olvidar,no dejes de contarnosnuestra historia.Ayúdame a entenderqué nos pasó.Ayúdame a preferirel plátano con pescado.Ayúdame a hablar más en embera,ayúdame a ser una buena embera …
(Mileidy Orozco Domicó, 2011).[2]














Mientras la voz en off en lengua embera de Mileidy Orozco Domicó va susurrando este poema escrito por ella para la película que ella misma dirigió (“Mu Drua, Mi tierra”), la cámara se desliza suavemente desde la textura roja de la falda de la bisabuela hasta sus collares multicolores; luego se visualiza la textura negra de la olla de metal que atrapa una pequeña tortuga… hace un close up y enfoca la piel café oro de la cara de la bisabuela quien, al tiempo, recibe un abrazo caluroso de su pequeña nieta. Luego, la cámara corta y abre a un cielo repleto de pinceladas de nubes algodonadas a cuyos pies uno distingue la tierra que segundos antes Mileidy nos ha dicho que es su comunidad: Cañaduzales de Mutatá (Antioquia, Colombia).
Mileidy Orozco Domicó es una joven mujer indígena embera katio quien pone en el centro de su película-documental a su bisabuela, y dedica el video a su abuelo, quien siendo cabildo gobernador, fuera asesinado en la comunidad de sus ancestros de la que tuvieron que salir para pasar a ser una de los muchas familias de comunidades desplazadas por la narcoguerra colombiana. De ese desplazamiento y de esa guerra emerge un profundo sufrimiento, pero también el documental creativo de Mileidy emanado desde su ser mujer en contexto de guerra permanente y prolongada. Desde ahí, Mileidy disputa y propone estéticas, temáticas, gramáticas, sentidos-otros de cara al mundo audiovisual neoliberalmente globalizado.
El video documental de Mileidy titulado “Mu DruaMi tierra”, es uno de los 65 videos seleccionados y exhibidos en el XI Festival Internacional de Cine y Video de los Pueblos Indígenas y en el VIII Encuentro de Cine y Comunicación de los Pueblos Indígenas que finalizaron el pasado 6 de octubre en Medellín, Colombia, luego de haber llevado a cabo actividades también en Bogotá, en comunidades rurales, en espacios universitarios y en salas de cine y arte. Este festival es parte de un movimiento de movimientos de alcance transcontinental encabezado por realizadores que lo mismo incursionan en el cine, en el video indígena, en la radio comunitaria, que en la TV comunitaria y la prensa libre y autogestionada.

Este movimiento de movimientos no puede ser entendido si no es de la mano de las luchas indígenas, negras y populares que hoy, en muchos lados, están ligadas a las luchas por la defensa de la tierra y del territorio, por la autonomía y para la reconstitución de los pueblos. En otras palabras, si no es de la mano de las actuales e históricas luchas de resistencia que dan las comunidades, organizaciones, movimientos y redes de mujeres, hombres, jóvenes, profesionales, comunicadores comunitarios y artistas indígenas, afrodescendientes, de desplazados y de grupos marginales de proyectos nacionales o hegemónicos. Luchas que tienen cada una su forma y su historia particular. Luchas que existen no sólo a lo largo de Abya Yala sino también en África, el Ártico, Asia y Europa.
Como nos dicen las organizaciones campesinas e indígenas convocantes del XI Festival[3]: éste es parte de las muchas acciones de movilización y visibilización que han emprendido los pueblos indígenas. Enfatizan que es parte “de la búsqueda incesante de respeto a la Madre Tierra y del reconocimiento de los derechos ancestrales vulnerados por las políticas de exterminio de los Estados. De igual manera, es una oportunidad para mostrar a la sociedad en su conjunto las alternativas sobre la vida y el desarrollo que los pueblos indígenas proponen”. Alternativas que en las producciones audiovisuales, hechas por los mismos miembros de los pueblos, tejen aspectos sobre la identidad, la historia, la tierra, el territorio, la medicina ancestral, los derechos, la educación propia, la infancia, la participación política, la mujer y el género, y sobre la ecología y la cosmovisión.
A diferencia de otros festivales de arte y cine que se llevan a cabo en otras partes del mundo, el XI Festival y los 10 anteriores (celebrados desde 1985), son –como sus organizadores dicen–, más que nada, “un escenario de caracterización, análisis y reflexión de la grave crisis humanitaria que atraviesan los pueblos en diferentes parte del mundo”. Es aquí donde nos incrustamos todas las personas, proyectos, programas, organizaciones y movimientos que estamos involucrados en procesos similares de implementación, caracterización, análisis y reflexión de lo que algunas hemos llamado la video-auto-representación desde los pueblos originarios en tiempos de crisis civilizatoria y de múltiples guerras.
Ya he mencionado en varias ocasiones desde dónde hago/hacemos nuestro trabajo: desde el Proyecto Videoastas Indígenas de la Frontera Sur (PVIFS), mismo que arrancó en el año 2000 en la unidad sureste del CIESAS, en coordinación con el Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica (CESMECA) de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas (UNICACH) y articulado a organizaciones campesinas, indígenas y de jóvenes urbanos mayas. Entonces, como ahora, nuestro objetivo se expresa así: contribuir a fortalecer los procesos de comunicación de los pueblos originarios; en particular, la producción audiovisual de mujeres y hombres mayas jóvenes, quienes trabajan desde sus propias lenguas, sus valores culturales y sus necesidades comunales y organizacionales, en defensa de sus derechos, territorios, tierras y autonomías.
En diferentes momentos y publicaciones, personales y colectivas, escritas y audiovisuales, abordamos la historia del PVIFS, los resultados que hemos alcanzado con las contrapartes, la metodología dialogada de co-labor que usamos, la forma en que nos fuimos encontrando con artistas (y no sólo videoastas) con quienes formamos la Red de Artistas, Comunicadores Comunitarios y Antropólog@s de Chiapas (Raccach). Con ellos cruzamos nuestras agendas para crear una compartida. Así fuimos tejiendo nuestros saberes, historias y luchas y, a la par, creando algo a lo que hoy se podría llamar: investigación sentipensada desde la raíz, la co-razón y el corazón.
Dicho esto, quisiera centrarme en un cruce que en nuestro trabajo de co-labor salta y exige ser visibilizado así, entretejidamente: la video-auto-representación en manos de jóvenes indígenas, como una dimensión de las luchas dadas, no sólo en el campo de la comunicación sino también en el campo de lo epistémico, entendido éste como campo de saber emanado de una determinada verdad impuesta desde un poder epocal. Gracias a lo que nos ha tocado (con)vivir y co-reflexionar, puedo ahora decir en gramática académica, que la dimensión y el campo epistémico de la video-auto-representación son claves para la construcción de autonomías de facto germinadas bajo contextos de guerra.


martes, 4 de abril de 2017

“El origen de la violencia es la violencia contra la mujer”: Víctor Gaviria




04 de abril del 2017


Por:
Fernando Gómez Garzón

El director de La mujer del animal, que se estrenó este mes, habló sobre su método de trabajo con actores naturales y sobre cómo descubrió esta historia tremenda que revela sin rodeos el maltrato al que se somete a la mujer en la sociedad colombiana. 

El cine era para Víctor Gaviria el que proyectaba su padre en las paredes de la casa, en Medellín, películas filmadas en súper 8mm sobre el aniversario de los abuelos, la primera comunión de sus hermanas, el cumpleaños de las tías. Luego el cine fue el que se exhibía en la cinemateca El subterráneo: Buñuel y Tarkovski, el neorrealismo italiano de Visconti, Fellini y De Sica; el abrumador Pasolini. Y, finalmente, el cine fue el que comenzó a filmar él mismo en el formato de la casa: Buscando tréboles, que en 1979 lo hizo ganar el primer festival de cortometraje de súper 8mm organizado por El subterráneo; El vagón rojo (1983), el primer ensayo de un cine hecho con actores naturales; Rodrigo D No futuro (1990), el primer largometraje, sobre la vida de un grupo de jóvenes de las comunas de Medellín, que moldeó su filmografía y lo catapultó al Festival de Cannes cuando ni siquiera tenía muy claro lo que era eso, las dimensiones de semejante vitrina.

En 27 años, ha filmado apenas –el precio de la independencia– tres películas más: La vendedora de rosas (1997), basada en un  cuento de Hans Christian Andersen pero ambientado en las comunas; Sumas y restas (2003), una radiografía de la permeabilización del narcotráfico en la sociedad antioqueña; y La mujer del animal (2017), que se estrena este mes, sobre el maltrato que sufre una mujer durante siete años en un barrio de invasión de Medellín.

Hijo del neorrealismo, Gaviria ha buscado en cada trabajo construir la realidad absoluta, aunque sepa que eso es imposible. Y la realidad que ha escogido es la más dolorosa. “Yo trabajo con la exclusión porque eso es lo que quiero hacer. Soy consciente de que el país está en un apartheid debido al cual la gente está condenada a la necesidad, a vivir de una cantidad de economías clandestinas –la droga, la prostitución, la delincuencia y todos los demás pecados sociales– porque le toca. Es una realidad de dolor tremenda”.

Para reflejarla con fidelidad, utiliza actores naturales, que son los únicos que pueden reproducir la exclusión porque la han vivido. “Una vez que tengo la historia, hago una gran cantidad de entrevistas para encontrar a los actores. Un buen narrador es un buen actor natural. Te vas encontrando con esa cualidad, un talento que tiene mucha gente de contar su propia vida, que son como unos escritores de literatura oral. Y que van con ese talento atesorando experiencias y la conciencia de la vida. Cuando coincide ese depósito de sentimientos y de vida con la capacidad de expresarlo, encuentro que ahí hay un actor natural”.

Historias verdaderas, contadas por actores naturales que se mueven sobre escenarios reales. Es el sello de su obra, una obra que no busca el entretenimiento gratuito ni impartir lecciones con moralejas simples, sino que es una suerte de desgarradora estética con la que no busca otra cosa que mostrar para que el que tenga ojos vea.

Usted se tropezó con La mujer del animal por accidente. Era parte de un proyecto que no prosperó. ¿Cómo fue eso?
Trabajábamos con el productor Erwin Goggel en la adaptación de Verdugo de verdugos, un libro de Fabio Restrepo, el protagonista de Sumas y restas, sobre un hermano de él, Famel, que un día decidió asesinar a los asesinos del barrio. Una historia espectacular. Pero nos dio un poco de escrúpulo hacerla porque era la historia de alguien que hacía limpieza social y era como volver héroe a un tipo que se había convertido en un asesino. Sin embargo, durante la investigación, estábamos buscando gente que contara cómo era la maldad de los malos en el barrio. Y entonces nos llegó una señora que se llamaba Margarita Gómez, que se presentó como la mujer del Animal. Nos dijo: “Yo soy la mujer del Animal. Mi marido era un violador, era un asesino, era un drogadicto”. Y empezó a contar la historia, que es la historia de la película: 

La niña que se vuela del internado porque hizo una travesura; que se obliga, para no enfrentar a su papá, al que le tiene pánico, a huir a un barrio de invasión, donde vive la hermana, que está casada con un man. Allí la reciben de arrimada. Empieza a ayudarle a su hermana a trabajar con la familia del esposo. En eso, conoce a una familia y en esa familia hay un man que se ha volado de la cárcel, al que le dicen ‘el Animal’. Y el hombre, que piensa que esa niña es una especie de monja, de virgen, la escoge para que sea la mamá de sus hijos. La rapta con escopolamina, se la lleva para una finca y la presenta como su esposa, como su mujer. Y vuelve a la ciudad, perseguido por la policía por un asesinato anterior. Entonces ella retorna al barrio como la mujer del Animal, y no puede escapar nunca de eso. 

¿Por qué eligió esta historia en particular?
Mis películas no son películas de acción, sino sobre la vida cotidiana, sobre las costumbres. La mujer del animal me daba un elemento de suspenso de comienzo a fin: qué cosas tan casuales, tan inofensivas, tan inadvertidas, la fueron llevando a caer en una trampa. Cómo se gestó la trampa, cómo cayó, cómo trató de salvarse... Era la posibilidad de tener una película con unidad.

¿La película es la reproducción de lo que le contó Margarita?
Sí. Pero hubo algo que me conmovió especialmente. Gracias a ese diálogo conmigo, se le había despertado eso de hablar sobre cosas que tenía muy acalladas. Entonces quiso contarles a su hermana y a sus cuñadas la verdad de las cosas, que el Animal le había dado escopolamina y que ella no se había ido por su propia voluntad, y que esos siete años con él fueron una pesadilla absoluta. Ellas se escandalizaron de oír todo eso y no le creyeron. “¡Cómo le parece! –me dijo Margarita–. Eso es lo que más me amarga. Fuera del dolor de haber estado con este tipo, martirizada y odiada, nadie me cree. Y yo lo que me pregunto todo el tiempo es por qué nadie me ayudó”. 

Esa vaina más el alias del Animal le daban a la historia un contexto que estaba más allá de la psicología del maltrato de género, algo que tiene que ver con la mitología y con un inconsciente que introduce el mal como tal. El mal crea un ámbito de retorno a un momento anterior al pacto de la responsabilidad social, de convivencia entre la gente. Por eso le llaman el Animal.

¿Es un caso aislado o encontró ejemplos similares?
Yo entrevisté a muchas mujeres y encontré que el animal existe, que es una entidad que persiste en la mente de la mujer como una amenaza, y que las mujeres siempre han tenido un animal. En la vida de una mujer, de una colegiala, de una estudiante que ahora tenga cuarenta, cincuenta años, si le preguntas y le hablas del animal, ella sabe de lo que estás hablando. Es una cosa que se esconde. Pero vos le preguntas a una mujer y ahí mismo te responde: “claro, yo tenía un animal”.

¿En las comunas de Medellín?
No, en todas partes, en todas las mujeres. Es esa pareja que de un momento a otro se te transforma en un ser desconocido, que te empieza a atormentar, que te empieza por los celos, por la vigilancia, y continúa con todas las modalidades del maltrato de género. 

Ateniéndonos a su método de trabajo con actores naturales, ¿buscó para seleccionarlos  animales y mujeres maltratadas?
Yo voy por esos barrios como un vendedor de enseres, pero para reclutar actores. Les digo: voy a hacer esta película que se llama La mujer del animal. Pasó así y así. Muchachos y muchachas: si ustedes han conocido un animal, bien por experiencia propia o por experiencia muy cercana de su mamá, de sus hermanas, abuelas, vecinas, por favor se quedan acá. Y sobre los hombres también: si ustedes han conocido un animal, se quedan. De 150 personas, se quedaban 30 mujeres y 30 manes.

Mi método es entrevistar, yo nunca pongo a actuar a nadie. Es “quién sos vos”. Y empiezo a grabar: cientos de entrevistas que no son de cinco minutos, a veces son de media hora, a veces más largas, pero son divinas. Son unas entrevistas extraordinarias,  de luchas, de heroísmos, de tristezas, de cosas vividas. Y empiezan a aparecer las mujeres maltratadas y los animales. Impresionante.

Incluso nos ocurrió dos o tres veces, durante el rodaje, que los extras se pusieron a llorar. Ellos no sabían de qué era la película, pero cuando se daban cuenta de que era sobre el animal, se echaban al llanto: “Es que mi papá es un animal”, confesaban. Y las señoras que llevaban a las niñas al casting, ahí mismo se acercaban y decían: “Es que mi marido es un animal”. Es como si esa historia hubiera estado cubierta todo el tiempo, por vergonzosa, pero latente en todas partes. 
 ¿Y por qué cree que de eso nadie habla?
Te voy a contar. Un día, buscando actores, entrevisté a una señora. Era María Magdalena Rodríguez, muy querida, que me quiso contar eso y que había superado hace muchos años la presencia de un animal. Me cuenta que a los cuatro años queda huérfana con la hermanita y que unos vecinos la ponen a pedir limosna, en el Centro, y que cuando están pidiendo limosna, pasa casualmente un tío. ¿Ustedes qué están haciendo aquí? No, mi mamá se murió. Eran niñas de cinco y seis años. El tío las recoge y se las lleva a vivir con ellas y con la esposa. Y se convierten en esclavas. Y el tío la empieza a violar. Dos, tres veces por semana, y va creciendo y va al colegio y él sigue violándola, y ella le dice a la madrina, y ella le contesta que es una cachona, una provocadora, y le tiene dos hijos al tío... hasta que ella logra volarse, la misma historia del animal. Esta historia me hizo caer en la cuenta de algo fundamental: hay un tercero que normaliza eso con su complicidad, con su silencio, con su ignorancia, con su mirar para otro lado, con su desatender. 

La mujer del animal es una película de un triángulo: la víctima, el victimario y el testigo. Yo  hablé con los testigos, hablé con las hermanas del Animal. Porque Margarita se quejaba de que nadie la había ayudado y de que todos habían sido cómplices del tipo. 

¿Y aceptaron la complicidad?
Fue una cosa muy extraña porque, digámoslo, cuando hablé con la hermana del Animal, lo primero que me dice es que esos son inventos de Margarita. 

–¿O sea que tú piensas que tu hermano no era tan mala gente como todo el mundo decía? Ella se quedó pensando, pensando, pensando y dijo:
–Él sí era muy malo.
Y me cuenta que él la violó cuando ella tenía 10 años. O sea que, imagínate, son verdades secretas que todo el mundo trata de ocultar porque no puede convivir con un pasado muy triste. La gente cambia el pasado y va pensando que no era tan malo. Si aceptan que era tan malo empieza el remordimiento, pensar que le ayudaron, que siempre le tuvieron miedo. Es que es muy triste haber convivido con una persona que atormentó a los demás y que es tu hermano, y reconocerlo. Ya no lo puedes reconocer, tienes que engañarte para poder vivir. Ese es el proceso de normalización tan tremendo.

¿Y en el caso de Margarita cómo se manifestó esa normalización?
Ella me mostró una vez una foto como de un mes de antes de que mataran al Animal. Él está de cuclillas con uno de los niños y están las dos niñas al lado (no es como en la película, que Amaro tiene un solo hijo, sino que Margarita tiene tres). Y estaba doña Bárbara, que en la película es doña Mariela, la mamá, con una presencia imponente, con un vestido elegante. Y Margarita está a un lado. La mamá del Animal había llamado a uno de esos fotógrafos callejeros que pasan por el barrio y Margarita no quería estar ahí. Y la señora la obligó. Cuando ves la foto, es un proceso de normalización impresionante, porque te crea una cosa que no era: la familia. La mamá quería mostrar que sí había una familia. ¿Por qué lo hace ella así? Inconscientemente para borrar todo lo que ella sabe: que esos niños aguantaban hambre y que eran humillados y viviendo una violencia de un padre que no se cansa de abandonarlos, de ignorarlos. Entonces ella quiere, por un momento, crear una imagen que cubra toda esa tristeza. 

¿Hay algún patrón de maltrato que usted haya detectado?
Es una misma estructura, que parte del abandono. Es el desencanto y la tristeza que nunca se calma de haber sido abandonadas. Luego de ese abandono, generalmente son rescatadas por algún familiar que las pone a vivir como arrimadas, en situación de servidumbre. Así son todas las historias: la muchacha a la que le toca ir a vivir a Dabeiba, por ejemplo, a un pueblo, y en ese pueblo viven los abuelos, y el abuelo es un animal, y entonces ella empieza a contar cómo el abuelo la cela, cómo la llama cuando la abuelita sale, cómo la manosea, cómo la toca… unas cosas terribles. 
¿Todo parte del estado de servidumbre?
En esas entrevistas me di cuenta de que la pobreza hay que definirla a partir del estado de servidumbre. Primero, te abandonan; segundo, entras arrimado a una casa: de tu abuela, de tus tíos, de tus padrinos, de tus primos. Ya eres un ciudadano de segunda categoría. Y así empiezas a utilizarte, a manipularte, a odiarte... Entonces uno ya va entendiendo esa servidumbre, que es peor cuando aparece un animal. 

Y así se va minando la voluntad.
Todo el mundo me preguntaba que por qué yo quería hacer una película sobre una mujer tan estúpida, de una mujer tan pasiva. “Hazla sobre una mujer que se rebele”, reclamaban. Pero la película era sobre esta señora humilde que yo no iba a regañar por haber tenido la mala suerte de encontrarse con este monstruo. Yo le creí a ella que no pudo salir de ahí por miedo. Ella pensaba que si se salía del marco del animal, estaría peor. Cómo sería su conciencia de estar en el mundo. Porque ella veía que a las prostitutas les iba peor que a ella. Porque no tenían un animal encima sino todos los animales encima. Vivía aterrorizada.

Desde el neurólogo Rodolfo Llinás hasta el genetista Emilio Yunis, pasando por historiadores, sociólogos, políticos y escritores, han tratado de responder a la pregunta de cuál fue el origen de la violencia. ¿Usted qué se ha respondido?
La respuesta es sencilla: la violencia viene de la exclusión. Este es un país con un apartheid muy tremendo, una exclusión construida desde el 9 de abril de 1948 de una manera muy consciente. Creo que el final que García Márquez imagina para Cien años de soledad, en el que el mundo entra en un cataclismo y todo se derrumba y todo pierde sus quicios, es la conciencia de eso que empezó ahí. Rencorosamente las élites arrojaron a la mitad del país a la exclusión y el país vive todos los días confirmando esa separación, ese odio al pueblo. Esa exclusión no tiene otras formas de vivir sino a través de la violencia.

Y en La mujer del animal vemos que, además, es una violencia contra la mujer.
Es que el origen de la violencia es la violencia contra la mujer. Sino que eso se ha escondido. Es un odio a la comunidad, que es femenina, un odio a la mujer. Casi siempre hemos pensado que la violencia contra las mujeres que produjo el conflicto es una cosa anecdotaria, inevitable, una serie de hechos secundarios que no tienen sentido en sí mismos y que no son el núcleo de nada. ¡No! ¡El centro es ese! ¿Sí me entendés? Lo otro es una cortina de humo sobre ese odio y ese goce de destruir a la mujer. Y también al niño y a la comunidad. Por eso al final de la película uno se da cuenta de que no solamente era ella sino la comunidad entera la que estaba pisada por el Animal.

Usted, en sus películas, no ha podido salir de las comunas. ¿Es que las comunas explican a Colombia?
Sí, claro, desde la exclusión. Es que la exclusión es muy fuerte. Pero en las comunas está el alma de la gente. Hay corazón, hay sufrimiento, hay tolerancia. Y hay violencia. Están los pecados y el corazón. Es que el dolor humaniza a la gente.
Pero esta película no tiene ese contraste entre la alegría y la tristeza y el dolor que humaniza. Esta película es demoledora de principio a fin. No hay una sola sonrisa.
Lo que pasa es que Margarita me dijo que no hubo ningún momento de esos, y yo le creí. En la experiencia de ella no hubo matices. Es una metáfora del mal social, del abandono tan terrible que convierte a los barrios en guetos. Pero como nadie los ve, como no se visibilizan por los medios de comunicación sino simplemente como un estigma, como un fracaso social, como si fueran esencial y sustancialmente degenerados… ¿Sí me entendés?

Sí, pero también hay algo que corrobora usted en la película, y es que no hay futuro. Usted mismo lo está mostrando. No hay remedio. ¿No es contradictorio?
Pero a mí me parece que Margarita (Amparo en la película) sí es alguien que es como una esperanza. En la vida real es una persona de una integridad… Y tú vieras cómo tiene a esos hijos. Están salvados. Pasan hambre, pero no son delincuentes.

Usted insiste en que quiere un cine real. ¿Por qué no hizo un documental?
Lo que pasa es que la realidad documental no la puedes mostrar frente a la cámara. Todos los ámbitos de exclusión son ámbitos de ilegalidad. Hay gente que negocia con droga o que está drogada, que hacen parte de pandillas, que roba, que mata, hay prostitución, violadores. ¿Le vas a decir a la gente que muestre eso? Todo el mundo caería en la cárcel. Eso no se puede mostrar sino con actores, en la ficción.

¿Una ficción que de pronto es más real?
Es que, voy a decirte por qué persisto en este cine: porque en un país como este es muy difícil hablar de valores. Es que vos te instalás en una película en la Costa, de clase media o de clases pudientes, y llegará a un momento en que tenés que decir cuáles son los valores en un país que hay una exclusión tan tremenda, donde hay unos antivalores y una historia de exclusión tan fuerte. Se te avinagra todo. Es difícil montarse en esas historias sabiendo que alrededor de esas historias está la exclusión. Tú lo sabes, todo el mundo se comporta ignorándola. Entonces es el problema que yo tengo con mi cine, y que no logro resolver.
¿Y seguirá indagando a ver si lo resuelve?
Llegará el momento en que nosotros aceptemos, como nación, que vamos a luchar por un pacto social para que no haya más exclusión. Ahí sí podremos hablar de todo. Vamos a poder reconocer en el cine que este man lucha, que este man estudia en el Sena, que estudió matemáticas y entendió un teorema, que este se enamoró, que a este lo engañó la mujer, que este buscó, todas esas historias. 

¿Mientras tanto no?
¡Mientras tanto no, hermano! No es que desaparezca la pobreza, sino que haya un pacto de no más exclusión. Todo el mundo va a aceptar que todo el mundo es súper valioso y que no vamos a señalar a nadie. Y vamos a hacer un país en que no haya ‘bacrimes’, en el que la gente no esté condenada a esas economías clandestinas. Vamos a tratar de que las mujeres del barrio no tengan que ser prostitutas todos los fines de semana. Y que llegue la semana a ver si su hijo va al colegio y a hacerle la lonchera, pero los viernes se desaparezcan hasta el lunes, para prostituirse en los pueblos. Es un pacto por que la gente entre. Cuando pase eso, ya todo va a ser interesante para el cine: que la primera comunión, que el bautizo, que el cumpleaños… Empezará a existir realmente un mundo de ritos y de pequeños logros individuales.

Que era lo que filmaba su papá cuando usted decidió que le gustaba el cine...
Claro, exactamente. Era lo que mi papá celebraba como médico cuando filmaba las bodas de plata o de oro de los abuelitos, cuando celebraban las primeras comuniones, con esa alegría. ¡Ese es el cine, huevón!

¿Ese es el cine?
El cine son dos cosas: la filmación de la puesta en escena de todos esos ritos sociales, de eso que cohesiona a la sociedad, que hace que todo el mundo crea en esos ritos sociales: que me enamoré por primera vez y me voy a estudiar a Zipaquirá; que soy de la Selección Antioquia de voleibol; que tengo una novia; que me monté en un bus hacia el Putumayo. Cuando no existe eso, el cine es la filmación, como hago yo, de que eso no existe.
 *Publicado en la edición impresa de marzo de 2017.
http://www.revistacredencial.com/credencial/noticia/personajes/el-origen-de-la-violencia-es-la-violencia-contra-la-mujer-victor-gaviria

domingo, 19 de marzo de 2017

Importancia de la tierra y el agua en la cosmovisión Wayuu



fotografia de Fernando Bracho 



Cada pueblo del mundo tiene el derecho legítimo de conservar su cultura y su identidad cultural, representado en su memoria, en su capacidad de reconocer el pasado, en sus elementos simbólicos o los referentes que le son propios, puesto que hacen parte de su historia y le ayudan a proyectar el futuro y orientar el propio destino.
La cultura wayuu es un legado cultural milenario de gran importancia tanto para sus miembros como para la humanidad entera. Así lo reconoce la Unesco a través de la inclusión del Sistema Normativo Wayuu en la "Lista Representativa de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad", el cual fue postulado por la Junta Mayor Autónoma de Palabreros a través del Ministerio de Cultura de Colombia.
Ante las demás culturas del mundo, los wayuu tenemos el deber moral de conservar nuestra cultura para las futuras generaciones. De ahí que conservar la lengua materna, la espiritualidad, la organización social, el territorio y la economía tradicional, como fundamento de nuestra cosmovisión, no debe transformarse en un problema ante los ojos y el entendimiento de la sociedad mayoritaria occidental.
Conservar nuestra identidad cultural nos permite seguir siendo wayuu en la construcción y orientación de nuestro propio destino, que es un derecho propio, legítimo y soberano, cuya protección se encuentra cobijada por legislaciones internacionales y las Constituciones Nacionales de Colombia y Venezuela, países que hoy comparten nuestro territorio e implementan políticas públicas y administrativas en beneficio de nuestra población. En la tierra de nuestros ancestros seguimos ejerciendo nuestra Jurisdicción Especial a partir de la vigencia de nuestras tradiciones e instituciones culturales y sociales.
La identidad cultural wayuu está unida a la tierra (MMA) y a la historia de vida ancestral compartida (Wakuai'pa Sumaiwajee), que nos integra espiritualmente a partir del origen común y la visión propia de territorialidad (Woummain). Biológicamente somos wayuu por tener un linaje de origen claníl, ya sea por línea materna o paterna. Todos heredamos en forma directa el linaje de nuestra madre y en cierto grado el linaje de nuestro padre.
Espiritualmente somos wayuu por el respeto y el culto especial que ofrecemos a la naturaleza, desde lo cual estrechamos nuestra relación con la Tierra y el Agua, como fuentes de la vida primigenia. El propio mito de la creación wayuu, representado en la conjunción de vida entre MMA (la Tierra Madre) y el Gran Padre JUYAA (Espíritu del agua lluvia), explica la importancia de la madre y el padre en la concepción de la vida wayuu, a partir de lo cual afianzamos el parentesco familiar entre los familiares inmediatos por concarnidad (Ei'rukuu) y los parientes por consanguinidad (Ou'payuu).
Los wayuu sabemos que nuestra vida se origina en el vientre de la madre y se cría encarnada en el linaje de abuelas, abuelos, tías y tíos por línea materna. Sabemos que todos provenimos del vientre de una mujer. En la propia sabiduría wayuu se interpretan los datos biológicos a partir de la formación de los hijos en la esencia biológica de la madre y la sangre del padre, es decir, la reproducción biológica se interpreta en la misma forma que el proceso mítico de los orígenes; en que MMA aporta la matriz del linaje y JUYAA aporta la esencia vital del agua.
La Madre Tierra
Los wayuu sabemos que la generosidad de la tierra y el entorno natural permitieron la vida de nuestros antepasados. Sabemos que nuestros ancestros sobrevivieron a partir de la recolección de frutos silvestres y las actividades de cacería y pesca, así como de la cría de animales y la agricultura estacional. Sabemos que todo nuestro alimento y nuestra medicina tradicional provienen de la naturaleza, al igual que todos aquellos elementos que hemos creado y recreado en la tradición cultural.
La sabiduría wayuu nos enseña que la vida es sagrada en todas sus formas y manifestación, es decir, la vida es sagrada en la forma humana (Wayuu), en la forma de las plantas (Wunu'u), en la forma de los animales (Mürülü), en la forma de las aves (Wuchii), así como en las formas de los ojos de agua, los arroyos, los ríos, los mares, los caminos, las piedras, los cerros y las serranías. También es sagrada en la forma del sueño (Lapükalü) y en la forma de la palabra (Pütchikalü). Sabemos que cada elemento de la naturaleza tiene vida propia y se conecta espiritualmente con nuestras vidas a través de la forma del Aseyuu, que es una esencia de carácter espiritual y protectora.
Los wayuu sabemos que cada elemento de la naturaleza posee su propio Aseyuu, sabemos que la esencia de las plantas medicinales sanan nuestras enfermedades, sabemos que las esencias de las raíces y frutas alimenticias nutren nuestro cuerpo, sabemos que todos los materiales utilizados en nuestras viviendas e indumentarias tradicionales son extraídos de la naturaleza, sabemos que los diseños creativos de nuestras expresiones artísticas tienen su origen en nuestra inspiración con la naturaleza.
También sabemos que los preceptos de nuestros derechos y deberes provienen de nuestra relación armónica con el entorno natural (Wayuu-Naturaleza), los cuales se regulan y/o guían a través del sistema normativo propio, en cuya lógica se prioriza el diálogo, el respeto y el acuerdo mutuo que garantiza la vida y la convivencia pacífica. Sabemos que a partir de la aplicación social de nuestra normatividad se garantizan los principios de armonía y reciprocidad. Por lo tanto sabemos que somos wayuu debido a que venimos de un profundo pasado distinto al mundo occidental, desde el cual seguimos espiritualmente unidos a nuestra Madre Tierra, así como naturalmente lo hacemos con nuestra madre biológica.
La Diferencia Irreductible
Es claro que la visión del mundo wayuu es distinta a la visión del mundo occidental. A partir de nuestra cosmovisión garantizamos el equilibrio y la relación de armonía y correspondencia con la Madre Naturaleza, lo cual difiere totalmente de la visión del mundo occidental que considera a la naturaleza como enemiga, desde lo cual se justifica la acción del espíritu voraz y destructor que caracteriza a los alijunayuu (personas no aborígenes), quienes impulsan la explotación irracional de los recursos naturales y ocasionan la destrucción irreparable de la Madre Tierra. De aquí surge la necesidad urgente de afianzar nuestra cosmovisión para salvar la vida en la tierra donde todos habitamos, en cuya obligación moral se debe asumir el reto de construir el diálogo y el respeto mutuo en procura de un desarrollo humano y sostenible entre lo wayuu y lo occidental.
Por Guillermo Ojeda Jayariyu Pintor e investigador de la cultura wayuu
Publicado en Diario del Norte|Domingo 15 de Mayo de 2016