Cartel que prohíbe el paso en la valla
perimetral de la reserva nuclear de Hanford, en el estado de Washington.
Crédito: Jason E. Kaplan/IPS
NACIÓN YAKAMA, Estados Unidos, 23 abr 2014 (IPS) - Ejecutivos,
políticos y funcionarios del Departamento de Energía de Estados Unidos
discutían cómo advertir a las generaciones que vivirán dentro de 125.000 años
de la basura radiactiva de Hanford, el sitio más contaminado del país, ubicado
en el extremo noroeste. “Yo les diré cómo”, los interrumpió el nativo Russell
Jim.
“Se miraron entre ellos y luego a mí. Entonces les dije: ‘Hemos estado aquí
desde el inicio de los tiempos, así que también estaremos para entonces’. Ahí
se dieron cuenta de que tenían un lío entre manos”, relata a IPS este hombre de
78 años que forma parte del pueblo yakama.
El líder anciano
Russell Jim, director del Programa de Recuperación Ambiental y Manejo de
Residuos de la Nación Yakama. Crédito: Jason E. Kaplan/IPS
Con sus largas trenzas, Jim es una figura impactante. Dirige el Programa de
Recuperación Ambiental y Manejo de Residuos (ERWM) de las tribus yakama y
permanece tranquilamente sentado en su oficina en las áridas tierras de la Nación Yakama.
La reserva, situada en el sudeste del estado de Washington, tiene 486.000
hectáreas, 10.000 integrantes de tribus reconocidas federalmente y unos 12.000
caballos salvajes vagando por las desiertas estepas.
Es lo que queda de un territorio de casi cinco millones de hectáreas que en
1855 los yakamas tuvieron que ceder por la fuerza al gobierno estadounidense, y
está a solo 32 kilómetros del complejo nuclear de Hanford.
Aunque la carrera armamentista nuclear terminó en 1989, la basura
radiactiva es la herencia que dejó en distintos lugares de este país el
Proyecto Manhattan.
Hanford en particular comenzó a operar en 1943. Aquí se produjo el plutonio
de la bomba atómica que Estados Unidos arrojó sobre la ciudad japonesa de
Nagasaki en 1945. Llegó a tener nueve reactores y cinco grandes complejos para
procesar ese metal pesado. Hoy está casi totalmente desmantelado. Pero sigue
conteniendo y filtrando radiactividad muy dañina.
Los yakamas lograron evitar que sus caladeros ancestrales se convirtieran
en depósitos de residuos procedentes de otros sitios, invocando el tratado de
1855 que les aseguró acceso a sus “lugares usuales y acostumbrados”. Pero
Hanford está lejos de ser un ambiente sano, pese a la promesa de limpieza que
hizo el Departamento (ministerio) de Energía.
“El gobierno está intentando reclasificar la basura como de ‘baja
radiactividad’. Quieren dejarla aquí y enterrarla en vertederos casi
superficiales. Pero los científicos dicen que se deben sepultar a gran
profundidad”, explica Jim.
Tom Carpenter, de la organización Hanford Challenge, explica que esta “es
una batalla para que los federales cumplan su promesa de retirar la basura por
el estado de Washington y por las tribus”.
“Hay 67,5 kilómetros de zanjas de 4,5 metros de ancho y seis metros de
profundidad, sin revestir y llenas de cajas y frascos de residuos”, dice
Carpenter a IPS.
Además, hay 177 tanques subterráneos de basura radiactiva y seis de ellos
presentan pérdidas. Se supone que cuando se detecta una filtración, los
residuos deben retirarse en un plazo de 24 horas o cuando sea “practicable”.
Pero las empresas contratistas dicen que no hay espacio suficiente.
Tres denunciantes que trabajaban en las tareas de limpieza manifestaron sus
preocupaciones y fueron despedidos. La denuncia fue reportada por una emisora
comunicación local, pero los grandes medios de comunicación la ignoran, al
igual que hacen con la lucha de los yakamas.
“Antes teníamos un encargado de prensa, pero el Departamento de Energía
dice que no lo necesitamos porque ‘está todo bien’”, dice Jim. El ERWM es
financiado por el Departamento de Energía, pero perdió 80 por ciento de los
fondos tras un recorte federal.
Por supuesto, no está todo bien. Los sedimentos radiactivos llegaron a las
napas subterráneas y de allí al río Columbia. Algunas filtraciones están a poco
más de 100 metros del curso de agua, donde las tribus acceden al monumento
nacional Hanford Reach.
Esta reserva natural, una zona de amortiguación del complejo nuclear, es el
área de desove más grande del salmón real en el río Columbia.
El gobierno del estado de Washington reporta que agua subterránea contaminada con uranio, estroncio-90 y cromo
ya ingresó al curso del río.
“En la grava del lecho del río hay unas 150 ‘surgencias’ de agua subterránea de Hanford entre
las que nadan los salmones jóvenes”, explica Jim.
“Helen Caldicott (fundadora de Médicos por la Responsabilidad Social) nos
dijo en 1997 que si comíamos pescado del Columbia moriríamos”, agrega.
La consultora ambiental de los yakamas, Callie Ridolfi, dice a IPS que la
dieta de estos indígenas contiene entre 150 y 519 gramos de pescado por día,
casi el doble de lo que ingieren otras tribus y mucho más que la población
general.
Por eso tienen una posibilidad de uno en 50 de contraer cáncer por la
ingesta de pescado de especies no migratorias.
En cambio el salmón, que pasa en el océano la mayor parte de su vida, se ve
menos afectado.
“Helen Caldicott nos dijo en 1997 que si comíamos pescado del río Columbia,
moriríamos. – Russell Jim
Según un estudio publicado en 2002 por la Agencia de Protección Ambiental
sobre los contaminantes que afectan a los peces de la zona, el esturión y el
corégano de montaña eran los que presentaban mayores concentraciones de
bifenilos policlorados (PCB).
El año pasado, los estados de Washington y Oregon recomendaron limitar a
una vez por semana el consumo de peces residentes de una franja del Columbia
donde hay varias represas, por la contaminación con PCB.
“Los lubricantes con PCB se usaron durante años en los transformadores,
sobre todo en represas hidroeléctricas”, dice a IPS el administrador de
pesquerías de la Comisión Intertribal de Pesca del Río Columbia, Mike
Matylewich.
Aunque la recomendación no incluyó a Hanford Reach, donde no hay represas,
Jim duda de su seguridad.
“El Departamento de Energía le dice al Congreso (legislativo) que el
corredor del río está limpio. No lo está, pero ellos temen que los demanden”,
sostiene este hombre que ha sobrevivido a un cáncer.
Su tribu nunca fue indemnizada por los escapes radiactivos que se
sucedieron entre 1944 y 1971 y que llegaron a 6,3 millones de curios de
neptunio-239.
El toxicólogo Steven G. Gilbert, de Médicos por la Responsabilidad Social,
asegura que falta transparencia e información sobre la limpieza de Hanford, que
es “un problema enorme”.
Ocho de los nueve reactores nucleares se desmantelaron. Pero la generadora
eléctrica de Energy Northwest, de 1.175 megavatios, todavía funciona.
“Mucha gente no sabe que hay un reactor nuclear que sigue funcionando. Y es
del mismo tipo que el de Fukushima”, explicó Gilbert.
En medio de esta contienda están las tribus, que son naciones soberanas.
Russell Jim sostiene que a menudo se comete el error de describirlas como
“partes interesadas” cuando son gobiernos separados.
“Fuimos la única tribu en denunciar la cuestión nuclear y prestar
testimonio en un subcomité del Senado en 1980. En 1982 solicitamos el estatus de
tribu afectada. Los umatillas y los nez percés nos siguieron más tarde”,
relata.
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La cadena montañosa Yucca Mountain, en el occidental estado de Nevada, fue
designada por el Congreso legislativo como lugar de almacenamiento provisorio
de los residuos de Hanford y otros complejos nucleares, pero el presidente
Barack Obama eliminó el plan. Dos tribus de esa zona, los paiutes del sur y los
shoshones occidentales, se declararon también afectadas.
La Planta Piloto de Aislamiento de Residuos (WIPP por sus siglas
en inglés) del sudoccidental estado de Nuevo México, se destinó entonces a
recibir la basura de Hanford, pero luego de un incendio en febrero, eso ya no
es posible.
El Boletín de Científicos Atómicos manifestó el 23 de marzo su preocupación porque no hay lugares
donde almacenar estos peligrosos desechos.
Estados Unidos tiene las mayores existencias del mundo de combustible
nuclear gastado, cinco veces más que Rusia.
“El mejor material para almacenarlo es el granito, que abunda en el
noreste. Un sitio ideal se encuentra a 48 kilómetros de la capital, pero eso
está fuera de consideración” por su proximidad con la Casa Blanca, alega Jim
con una sonrisa mordaz.
Pero el veterano líder nativo no piensa rendirse. “Nosotros somos los
únicos que no podemos irnos de aquí”, sentencia.