Editorial Gárgola C.A. Apartado de Correos 2483
"Creo que soy el primero, ciento por ciento waiú, que publica un trabajo de esta clase", Con estas palabras, que denotan una convicción del valor de su obra, Miguel Angel Jusayú cierra el prólogo a esa colosal publicación que es su "Diccionario de la Lengua Guajira".
Si la obra, que contiene más de 15,000 entradas, es de por sí ya meritoria, sus méritos se multiplican hasta lo indecible al considerar que su autor tiene una formación sólo primaria y que, desde niño, es ciego. Mendigo y vendedor de lotería por los mil caminos del Zulia, despreciado muchas veces por guajiro, por pobre y por ciego. Miguel Ángel fue construyendo su vocación de investigador a fuerza de voluntad y de tesón, venciendo los mil ataques del desánimo, la angustia y la pobreza que le perseguían como invisibles y tenaces yolujá.
Ei padre Jesuita Jesús Olza, alentador fiel de Miguel Ángel en estos últimos años y exorcizador paciente de muchos de sus desánimos, después de decirnos que a Miguel Angel "le costó aceptar la idea del diccionario", nos narra el método de trabajo de su autor: "Tomaba una serie de fichas y escribía después de larga meditación en cada ficha una palabra guajira en Braille: concluida una serie de fichas, cada palabra guajira escrita en Braille la pasaba a máquina y añadía la traducción en castellano, el ejemplo y la traducción.
Es decir, cada entrada de este diccionario corresponde a una ficha escrita a máquina y que además tiene en Braille la palabra principal". Olza subraya después el hecho sorprendente de que el diccionario fue compuesto "en orden alfabético con la sola ayuda de la memoria".
Miguel Angel se lanzó a escribir su obra queriendo ser un puente entre las culturas waiú y alijuna, con la convicción de que su trabajo redundaría en un mejor conocimiento y por ello, respeto- del mundo guajiro: "...porque los guajiros que no entienden el español correctamente resultan oprimidos y explotados y los alijuna que no conocen el guajiro, no comprenden cabalmente el pensamiento de los waiú y tergiversan su cultura: lo llaman bruto, dicen que vende a sus hijas y desfiguran acciones que ellos no entienden".
Pero la obra de Miguel Ángel no se reduce a su diccionario. Ha publicado además su "Mor fologia Guajira": junto con Jesús Olza Zubiri su "Gramática de la Lengua Guajira"; y con Jean Guy Goulet, "El Idioma Guajiro: sus fonemas, su ortografía y su morfología". Es autor, ade más, de Jükü jalairrua Waiú. I y II, 22 exquisitos relatos guajiros, presentados en versión bilingüe, de una extraordinaria sobriedad, que parecen llevar ese olor a seco y a silencio tan característicos de La Guajira. Vamos a prestar nos aquí algunas de las líneas con que José Balza prologa los relatos de Miguel Angel: "Cierto ritmo insistente de las narraciones (cuya única correlación visual podría ser una variación del ocre: en ascenso al amarillo y al blanco, y hacia abajo devorándose a sí mismo entre tonalidades nocturnas) convoca monótonas modulaciones: sin embargo, no hay allí un defecto, es el sello particular de Jusayú. Lo que nos cuenta no pertenece a nadie, ni siquiera a él. Su voz y su escritura transmiten el exacto punto de unión entre la tradición múltiple y algunas modificaciones o versiones del individuo, el escritor. Es innecesario presentar cada relato. Todos ellos poseen acento singular".
Actualmente, Miguel Angel trabaja en otro diccionario, esta vez castellano-guajiro, y sigue queriendo sacar a la luz, desde su inmensa luminosidad interna, sólo comparable a la oscuridad total de sus ojos, otros relatos y cuentos, muestras dispersas de la enorme riqueza de la cultura guajira.
GARGOLA que nació con la ilusión de recoger los auténticos aportes culturales de la región, ofrece hoy sus páginas al habla viva y atormentada de Miguel Ángel Jusayú. Nos trasladamos a Machiques y por horas su palabra cálida nos abrió a la luminosidad de sus tinieblas. Amable y conversador, nos fue desgranando su vida, hecha de ilusiones y desesperanzas, la vida de un hombre que en la soledad de su casa de techo de zinc y paredes sin revocar, va levantando una obra gigantesca. Sin embargo, después de oírle en silencio y querer atrapar en vano con nuestros ojos los horizontes de este ciego prodigioso, uno no puede menos que concluir que, más que sus libros, su vida es toda una obra maestra.
"Quedé ciego en el 39 o el 38. Me cayó una enfermedad, nos cayó a dos hermanos. Luego, el mal pasó, se me había reventado una niña de un ojo, y una abuela me puso un remedio de hiel de res hervida con ron y me quedé ciego definitivamente.
Yo era el niño más diligente de la casa, el mandadero, el que buscaba la leña, los burros. Cuando quedé ciego, me dedicaba a cuidar niños, a lavarlos, me llevaban de la mano, con el bojote de leña a la espalda. En el 45 o el 46, no sé bien pues en ese tiempo nadie sabía de fechas, yo me había convertido en cuidador de niños.
Entonces, el Padre Camilo Mujica, misionero de Nazareth, habló con mi mamá para llevarme al internado, un cambio muy curioso para la vida mía, porque ¿qué iba a hacer con un cieguito en el internado si entonces no había instrumentos para la enseñanza de ciegos, además un cieguito guajiro, un caso perdido?
En el internado había dos sacerdotes, un anciano, el Padre Emilio que me consentía, o no sé si es que me quería por lástima, por tratarse de la situación mía. Los niños y las niñas, cada quien tenía su tarea, buscar la leña, cuidar el rebaño, barrer, regar el jardín, y en cambio yo, el niño ciego, quizás tenía once o doce años, estaba ahí sentado al lado del Padre y entonces me traían pan, dulce, que eso era entonces para el guajiro como el jamón o el pan de los ángeles que era una cosa muy codiciada.
La ropa, vestimenta y el chinchorro me la daban a mí en el internado, es decir que yo era una excepción ante la opinión de los demás. Eso vino a traer como una descarga de envidia de los muchachos y muchachas, hasta el punto en que me tenían odio y me insultaban en castellano, y cuando me encontraba solo me daban un puñetazo y se iban; pero, claro, de los insultos en castellano me daba igual, porque para ese tiempo no sabía nada del idioma castellano.
Al finalizar el año escolar, para diciembre, yo le dije a mamá que me sacara de allí y me fuí. Había llovido un poco, había dejado un poco de cosecha a la gente, pero eso sí, no había sido suficiente. Entonces me fuí nuevamente a ser niñero, a cuidar a mi hermano, y siempre me regañaban, me insultaban, era como si me echaran un poco de agua caliente. Lloraba por un rato y, como niño que era, se me pasaba, que, claro, si hubiera sido adulto, me hubiera ahorcado de una vez. Sí, porque me echaban en cara de que estaba ciego y no servía para nada, y que si me hubiera quedado definitivamente en el internado hubiera hecho bien, porque volver nuevamente al rancho de los padres era un estorbo, un peso. Se me salían las lágrimas. Entonces soñaba que estaba en el internado, ahí había unos coco teros y había soñado que me había encaramado hasta allá y que se Entonces había desplomado el cocotero, pero que no me había pasado nada., que me había metido en la capilla y que allí había una mesa como lista para comer, pero nadie había comido. Había un poco de corderos, como de un mes o de meses o de un año los corderos. Ahí no había gente, la única persona era yo. Unos me miraban y unos me hablaban y yo no podía decir nada. El Padre Camilo no estaba allí, y al rato, después, un yolujá, un fantasma. me perseguía, me atacaba..
En la mañana, le converso del sueño a mamá y ella me dijo: "Mira, algún día vas a viajar. Eso de la mata caída contigo significa transporte. Y eso de los corderos, tú vas a estar rodeado de alijunas. Lo del yolujá es que algunos te van a atacar". Sueño es sueño, y una tía, una prima de papá, se venía para el Estado Zulia a hacer un cobro. Anita se llamaba, una mujer sin hijos, muy amable ella. Entonces, se me ocurre decirle, "tia, yo voy contigo". "Sí, cómo no, porque supongo que como estuviste en el in ternado de los capuchinos, supongo que ya tú sabes el idioma castellano, y yo necesito intérprete para Maracaibo, porque yo voy a viajar para el Distrito Colón, para el pueblo de Las Conchas y de Las Piraguas, y a veces que los alijunas tratan de hablar con uno y uno no los entiende". Entonces brinca mi mamá: "miren el condenado, tú crees que los que van allá van a ir así? Hay que pagar pasaje, y la gente que va allá es a trabajar". "Déjalo, déjalo", decía la tía, "yo le pago el pasaje: si es de comer, él come conmigo".
Me alistan para el día de viaje. Me puse las cotizas que me habían dado en el internado, y los pantaloncitos que me habían dado por allá. Pero yo no sabía nada, sólo había aprendido unas palabras, y ni siquiera sabía contar. Entonces me llevaron. Una cosa era de opinión general: que los ciegos o los cojos gozaban de la caridad de los alijuna y que eso de pedir limosna entre los alijuna era cosa muy natural y que los alijuna eran muy caritativos o campasivos con los defectuosos, los ancianos, los cojos y los ciegos. Entonces se me ocurre decir a mi tía que ensayáramos una temporada de tránsito en Maracaibo. Porque un tiempo, creo que del cuarenta para acá, debido a la sequía, mucha hambre que había en La Guajira, las guajiras viejas o no viejas, ciegas o no ciegas, venían acá a Maracaibo, los sábados generalmente, y salían a las calles a recoger limosna. Recogían pan y monedas. Eso se notó bastante. No sé quién estaba de gobernador del cuarenta para acá. Después eso decayó y los, alijunas espantaban a los mendigos, sobre todo a las guajiras, los espantaban como a perros realengos.
Entonces nos llevaron primeramente a la
sea porque no parte más céntrica de Maracaibo como eran los mercados, el mercado de la marina, el mercado principal, el mercado viejo, el malecón.... y co mo sueño veía a las muchachas, las alijunas muy bonitas, y me alegraba de las calles tan concurridas de carros y de gente. Entonces, al principio del cuarenta, voy a decir que durante tres años fui mendigo, limosnero, y entre esos tres años hay muchas cosas de qué hablar, precisamente del comportamiento de los aliju nas para con los mendigos, y hasta qué punto el alijuna era generoso, compasivo, y cómo considera el alijuna al necesitado. Entonces pare ce que yo le cogí el gusto a la cosa.
Fuimos a Las Conchas. Yo viaje por primera vez en la piragua. Para ese tiempo no había mucha carretera y tenían que viajar en transporte lacustre. Me encantó, todo lo nuevo me causaba una admiración muy grande. Primero le daban la comida a los alijunas, luego a los waiú. Ponian buena comida, carne con arroz, plátano maduro y verde asado, y ensalada a la manera rusa, papa cocida, remolacha, huevo sancochado, tomate, y además bastante vinagre, para darle un gusto agrio. Pero a los guajiros no les apetecía, bien lo conocían o porque era ácido. Estaban conversando, y a pesar del ruido del motor, yo oía el comentario.
-¿Ya vos comiste? Si. -¿Y quedaste lleno?
-No, ¡qué va!
-Desde aqui estoy viendo bastante comida.
Eso que ves rojo, amarillo, eso no lo como -Ah, tú sí que eres tonto. Mira, esa es yo.
comida de alijuna y el que come eso, aprende
rápido a hablar alijuna.
Entonces me sirve tía Anita. -Aquí tienes carne, plátano, y aquí hay otra
cosa, no sé si te gusta,
-Ajá, ¿y qué es eso?
-Prueba a ver. -¿De qué color es eso?
-Eso es como rojo.
¿Te gusta? -Si. Si me gusta.
Pero yo no le decía por qué me gustaba y pensaba que comiendo eso iba a aprender rápi do a hablar alijuna. Bueno eso como una anécdota. Llegamos allí a la madrugada. Ahí salimos a pedir limosna. Ella me llevaba de calle en calle y la gente me parecía más generosa. Me tiraban de a bolívar de a real. Después volvimos a Maracaibo. Ahí viví con
otra tía, María del Carmen, hermana de mamá. Bueno, allí fue que estuve tres años pidiendo limosna. Durante esos tres años, poco a poco fuí aprendiendo las primeras palabras, palabras obscenas o no, palabras mochas, palabras mal pronunciadas. Yo oía por la radio "anónima" y decía "anólima", y así entendía por fin compañía anónima.
Conocí bien los puntos de limosna, el Milagro, Tierra Negra, Las Delicias, el Centro de Maracaibo... Fuera de Maracaibo, salía a Cabimas los sábados. Otras veces para El Moján, Campo Mara, y entonces recibía mucha humillación, me espantaban como a perro sarnoso.
Entonces yo oía a la gente, "qué lástima, un niño, empezando a vivir... Si hubiera alguien que lo llevara para Caracas, allá están los mejo res médicos. De allá puede regresar con la vista".
Entonces, terminado el 48, ya yo podía entender un poco el castellano, mal hablado y pronunciado, y fuí al Ejecutivo, no me recibieron, no estaba el secretario, ni el gobernador, todos los días "venga mañana, que el gobernador no está aquí", y así estuve muchos meses. hasta que por fin se enojó y me dijo:
-¿Qué es lo que usted quiere?
-Bueno, que yo estoy pidiendo limosna por estar ciego. Pero seguramente tengo remedio. pues esto es una enfermedad, y dicen que el que está ciego por enfermedad, se le puede curar. Y ahí tiene, yo no tengo dinero, yo quiero que me manden a un médico y después, si puedo ver. Trabajar, aunque sea lavar platos por ahí, cuidar gallinas...
Entonces me dijo que sí, que me iban a llevar al hospital y la gobernación se iba a encargar de pagar todo.
Yo le conté eso a mi tía, que cuando eso estábamos viviendo en Ziruma. Enseguida los vecinos se dan de cuenta y se echan a reir, "Pero qué lástima, cieguito, tú eres muy tonto, el gobernador está cansado de que los ciegos an den por la calle. Mira, los ciegos los recogen como hacía Pérez Soto, recogía los ciegos y los botaba en medio del lago; y a lo mejor que te van a llevar a un circo para que te coman los tigres y te van a encerrar en un asilo, no quieren ciegos que molesten en las calles".
Bueno, me han asustado, me han puesto la cabeza bueno pues, no vuelvo a ir a la gobernación, yo no fui al día siguiente, pero después volví al cabo de un tiempo y me dijeron: -No vuelva a pedir más ayuda que no se la
vamos a dar.
Pero yo seguí por ahí, me entró la obsesión
De ir a Caracas, pero, ¿cómo? Sin papeles, sin dinero, pero lo del dinero sería lo de menos, porque llegaría a Caracas pidiendo limosna. Tenía un loco deseo de ir allá. Me iba en las camionetas por las avenidas Delicias, Bellavistas,
ya me sentía que estaba andando por las calles de Caracas...
Por fin, un número, un policía, me llevó a una oficina de asistencia social. Me atendieron dos muchachas, una de apellido Núñez y otra Méndez. Yo temblaba de la emoción y con ganas de decir la verdad.
-Pero, bueno, ¿qué es lo que usted quiere? -Bueno, miren, yo quiero ir a Caracas: voy a buscar que me curen allá, pero yo no tengo plata ni tengo papeles.
Las muchachas me han atendido muy bien. -Para Caracas te vamos a mandar, para un instituto de ciegos. Si tienes cura, te curarán. Si no, te enseñarán, será distinto. Aprenderás a leer y a escribir, abrirás la puerta tú sólo, aprenderás a marcar el número del teléfono, bueno, un montón de cosas.
Aquello era para mí como una demagogia grande, una mentira absurda, grande. Esto era increíble. Era como si me estuvieran diciendo ahora, en carne y hueso, Jesucristo te está llamando allá, yo no soy niño, ni puedo creer en las personas por muchas cosas. Para ese tiempo el transporte a Caracas no estaba muy bueno y dijeron que, como era ciego, me iban a mandar por avión, y que mandarían un telegrama y me esperarían en Maiquetía.
Para el guajiro la vía de transporte aéreo es otro concepto elevado. Increíble; eso parecía más bien mágico, misterioso. Los que podían viajar en avión eran los privilegiados, los ricos. Un miserable, un triste ciego, no podía viajar en él, y Caracas, para el indígena guajiro era como decir la sucursal del cielo. Los que podían para allá eran los ricos, los pudientes.
Entonces yo pensaba, "han habido muchos accidentes aéreos; bueno, si se pierde un avión de esos conmigo dirán: el ciego ese se murió, se accidentó en un avión por allá. Eso para mí sería una honra, y no que digan por allá que se murió de una infección, o lo estropeó un carro por allá pidiendo limosna".
Como ya era terminando el año, la Señorita Belén Pineda me dijo: "Como estamos en Diciembre, ya no hay actividades en el colegio. Al principio del año que viene, en 1950, vienes aquí y te mandamos a Caracas".
Yo, contento y nervioso también, busco a alguien que me escriba una carta para avisar le a mamá contándole todos esos detalles del viaje por avión a Caracas. Mi madre busca por allá un lector, se la leen, y entonces la gente que me conocía, se moría de la risa: "Si la ceguera. lo tiene loco... A quién se le ocurre creer que ese ciego vaya a viajar a Caracas por avión..."
Pero llegado 1950, un diez de enero, yo viajaba a Caracas en avión. Todo aquello fue como una ilusión, un sueño. Así dejaba la etapa de pedir limosna.
Durante los seis años que fui internado; aprendí el castellano. Bueno al principio fue muy difícil. Los maestros tenían que luchar demasiado, los compañeros, para hacerme creer que tenía que aprender a leer y escribir y otras cosas porque yo me hice el difícil. Además, había muchos otros obstáculos, el clima de Cara cas para ese enero estaba eso muy frío, la manera de desayunar, un pedacito de pan, un poquito de café, yo estaba acostumbrado a comer arepa, plátano... Además, yo lo que quería era que me examinaran, que me curaran. Entonces, a alguien se le ocurrió decirme: "tienes cura, a tí se te puede curar, pero primero tienes que es tudiar, pasar para la escuela como se ha hecho con otros muchachos". Yo pensaba de qué me servirían las letras si no veía, para qué serviría yo, el mismo ciego, iría a pedir limosna, y soy demasiado pesimista, incrédulo. Por fin, aunque sea por curiosidad, y ahora sí se me abrió el ojo del entendimiento, tendría 15 6 16 años, seguí en el estudio. Quería investigar todos los días más el idioma castellano, y entonces era el niño más adelantado y los demás tenían mucha envidia de mí. El sueño aquel que había descifrado mamá estaba pasando: el viaje fue el del avión de la línea de Taca, y los corderos eran los muchachos, los alijunas, y yo era el único guajiro que estaba en el internado. Había grupos que me tenían idea, asco, y eso era lo del yolujá. Al principio, antes de llegar yo, les habían metido en la cabeza de que iban traer un motiloncito bravo de Perijá, atado en el avión. Algunos se asustaron, ¿dónde iban a dormir? y ¿no corre peligro que se nos lance encima una no che y nos coma? Inclusive las mesoneras me tenían como miedo, me miraban el pelo, "qué hombre tan bravo, ve cómo tiene el pelo". Otros fueron amigos, colaboradores, consejeros, y los maestros deseaban que yo estudiara para abogacía o para profesor.
El estudio se interrumpió después, creo que en 1954; caí enfermo, perdí un año de estudio. Después me enamoré. Me encariñé con una que estudiaba conmigo, yo vivía escribiendo versos, oyendo boleros... Era un amor por clandestinidad, no se podía uno enamorarse así por diferentes motivos, éramos como niños grandes, a pesar de tener una edad ya. Después se presentó una huelga de compañeros ciegos y yo, por petición de ellos, participé. Me calificaron de cabecilla y entonces trágicamente me expulsaron. Me botaron muy lejos y vine a caer a la ciudad de Medellin, y por allá seguí enfermo por el amor, y quien sabe qué incomodidades. Además, estaba demasiado cansado, pero los profe sores no querían tenerme cansado. Entonces tuve que volar, eso fue en el año 56, y tuve que volar de nuevo para La Guajira. Lo que había hecho en Venezuela, había llegado hasta cuarto grado, había intentado dos veces quinto pero me enfermé y me expulsaron. En dos oportunidades malogrado ese año.
Entonces, tres años en la Guajira, yo pensaba "y ahora, ¿qué hago con lo aprendido? Servirá para enseñar", porque yo deseaba enseñar, aprender, estudiar para enseñar a los guajiros. Yo hubiera deseado curar la pobreza de ellos dándoles dinero, pero podía hacer algo enseñándoles lo que había aprendido, y decía: "yo voy a traer la comida para los pichones, ellos van a ser los pichones, yo voy a reunir los hijos de mis vecinos para enseñar lo que he aprendido. Bueno, voy a enseñarles el castellano práctico, cómo se saluda un alijuna, el modo de contar, de rezar, prepararlos para que vayan al internado a estudiar". Por ahí empezamos, pero exigian más, que les enseñara las letras, los números... Entonces, conseguimos un tablero, un pizarrón... Ahí estuvimos como tres años, aprendí muchas cosas. Hay muchas historias de estos tres años como maestro de escuela, del 56. al 58 creo que fue. Y había mucha hambre, mucha sequía, tanto alumnos como el maestro tenían mucha hambre, ya los pantalones número 38 o 40 que me quedaban cuando estaba muy gordo, ya no me quedaban bien, había rebajado demasiado, pero tenía mucha voluntad, aprendí muchas cosas. De maestro de escuelita me hice famoso por allá, pero la opinión de la gente era que yo no estaba ciego, estaban asombrados de cómo un ciego podía enseñar.
Ya para 1959 vine a Maracaibo. No pedí limosna. Ya algunos ciegos se habían adelantado a vender cuadros sellados de caballos, a vender lotería. Entonces eso, al principio, me causaba vergüenza, tenía miedo que me engañaran, pero ese tenía que ser mi trabajo, vendedor de lotería, vendedor de cuadros. Pedí la inscripción en Ziruma para estudiar de noche el quinto y sexto grados. El director no me aceptó por tratarse de un ciego. Esa noche lo insulté: "yo no vengo por ser ciego, yo vengo a aprender lo que ustedes enseñan como maestros. Ya yo sé leer y escribir el sistema ciego". Por fin, me aceptó. Ahí no aprendí nada nuevo. Lo que me sirvió para ganar el quinto y sexto grado lo había aprendido en Caracas, y después que el director no me quiso aceptar como alumno, no hallaba dónde ponerme, "el mejor alumno de toda la escuela, desde primero hasta sexto, Miguel Angel Jusayú". Después el me ayudó a empezar a estudiar en la Escuela Normal de Maracaibo, como ya habían hecho otros ciegos, estudiar para ser maestro. Pero no tenía recursos, no te nía respaldo económico ni nada. Pero el mismo director de la escuela me iba a servir como re presentante, Hice las diligencias, no me acepta ron. "Acuérdese, amigo, que aqui dice Escuela Normal. No se admiten aquí ciegos". Eso fue para mí terrible. Ya yo no quería pedir limosna, me daba pena. Me entró el gusto de beber cerveza en abundancia, hasta el punto de perder el juicio y quedarme tirado por ahí y lo poco que ganaba era para consumir aquello. La gen te se asombraba y decía "no le vayan a dar nada que es para beber, porque ese ciego se emborracha", Entonces yo pensaba "y ¿por qué por ser ciego no voy a poder trabajar? Ellos, si, andan de corbata, de zapatos lustrosos, y hacen tremendos negocios con plata en el bolsillo, son admirados por las mujeres, viajan, alquilan carros libres, yo no, ¿por qué Dios no me mata?. Después de las borracheras, retorné fracasado, arrepentido, a La Guajira, decepcionado. Pedí una cola para que el camionero me dejara por una sabana por allá. Ya me iba a suicidar pero de hambre, tirado en una sabana, que me comieran los zamuros. Eso fue una ilusión mía, por fin no pasó nada. Me confundieron con un hechicero, adivinador. El hecho de que supiera leer y escribir así, ciego, decían que yo era adivinador, curandero. Unos guajiros me llegaron, yo hubiera podido aprovecharme de aquello, pero no, yo les dije: "yo sé leer y escribir porque me enseñaron, de hechicero no sé nada".
Entrando aquí a La Guajira en el 67 y. como siempre, amargado me iba por allí. Bebía no por vicio o despecho, sino porque tenía ocasión de beber, me sentía como emocionado y con la memoria más en movimiento. Tenía mucho cariño a los muchachos, las muchachas me admiraban mucho. Esta mujer que yo tengo asistía a mis clases, sospechaba que yo había querido tener relaciones amistosas con una alumna, yo siempre fui cobarde, indeciso de declarar amor a una muchacha, podía sentir deseo de amistad, de amor, algo así, pero nunca me atre ví. Podía darle regalos, pero ni me atrevía a tirarle piropos. Entonces, en una oportunidad que estábamos casi a solas, me hace algunas. Preguntas y, concuerden o no concuerden ias preguntas, yo decía: "Fulana sí me gusta, yo no puedo tener mujer, contraer, porque soy un desdichado". "Si tú crees que ella no te va a aceptar, yo estoy a la orden", me dijo. Esta expresión al principio yo la tomé como una burla y yo me reía, le pedía pruebas. Entonces tuvimos relaciones a mediados del año 67, para abril o para mayo, y concibe, vacila, "te quiero, pero sé que mis familiares te van a castigar, ellos no te aceptarán de ninguna manera, eres pobre y estás ciego".
Nos escapamos. Vinimos a refugiarnos en un caserío que queda cerca de El Moján, caserío Gonzálo Antonio. Se presentan problemas, líos grandes, nos buscan, salen los familiares a caballo y la buscan a ella para castigarla como traidora y a mí como abusador. Mandan una comisión, llegan a mamá, pero no teníamos cómo pagarles, no teníamos plata ni chivos. Entonces se quedó así y nosotros escondidos allí, yo no quería salir a ningún lugar apartado para que no me pescaran, porque la orden era llevarme a un lugar solitario, que me ataran y dejaran allí para que muriera de hambre o de sol, o pensaban también apoderarse de una hermana mía en venganza, y gracias, por fin, no pasó nada.
Por casualidad, por cosas raras, nacen morochos, hembra y varón, y estábamos en mala situación, lo que ganaba era diariamente dos bolivares, una vez un bolivar, otras veces diez bolivares, Viviamos arrimados por ahí en un barrio de Cujicito. Entonces escribía unas hojas de guajiro y castellano, el modo de contar, de saludar, para vendérselas a medio a los maracuchos: las escribia a máquina, ya yo era mecano grafo; yo continuaba entonces escribiendo con la idea de hacer un folleto, un librito, para venderlo allá a los maracuchos y ganarme la vida.
Luego, perdido por ahí, cansado, una amiga, la jefe o directora de un asilo de ancianos e inválidos en la población de Charallave, en el Estado Miranda, me recogió, me invitó a Caracas, "pues yo te consigo un local para que vendas allí algo". Ella no consiguió el local, fue difícil, pero entonces dijo: "Miguel Angel, yo te llevo allá al asilo de ancianos e inválidos: ahí tienes las tres comidas, el lavado de ropa, y tú no tienes nada que arriesgarte la vida; si te parece, vamos para allá", y me llevaron para el asilo y tengo mi instrumento de escribir. Yo no puedo estar acostado en vano, sin hacer nada. Entonces me dedico a escribir las primeras re glas. Me ayuda mucho un profesor, un muchacho que estudiaba con nosotros, graduado en el Pedagógico de Caracas, entonces ese fue el colaborador de estos trabajos guajiros, él me orientaba y ampliaba algunas cosas.
Luego, otra vez a la misma cosa, a vender lotería. Voy a la universidad del Zulia a pedir ayuda, a pedir asesoramiento, a que me presten o me den una máquina para seguir adelante estos trabajos. La gente me mira y me pregunta, "¿quién ha hecho eso, cuándo lo hiciste, quién te lo hizo?" Otros me dicen: "No, nosotros no entendemos nada de guajiro". Otros me prometen ayudarme. Finalmente, la Facultad de Humanidades me promete una ayuda de trescientos bolívares mensuales y me prestan una máquina y asesoría. Me alegran demasiado. Me nombran de informante guajiro y yo no sabía qué era eso. Este el primer trabajo que entonces hice y mencionan allí como unos autores y yo de informante, y ellos no han hecho nada sino fotocopiar mi trabajo y encuadernarlo.
Un hermano mío que vive por aquí me dijo que me mudara para acá y nos vinimos al principio del 68. Entonces empecé a vender loterías, a conocer las calles de Machiques, yo gritaba duro, era billetero nuevo, la gente me compraba más.
Yo pido una colaboración del Padre Pablo, párroco de Paraguaipoa, yo le planteo mi situación, "padre, yo quiero que usted me ayude para corregir esto, porque yo, con los pocos conocimientos que tuve en Caracas, yo estoy haciendo esto, yo creo que esto va a ser de utilidad para los alijunas, para los que quieran entablar amistad con el waiú. "Sí, sí, yo te ayudo", y empezamos a corregir, por ahí hay algunos borradores del padre en ese mismo trabajo. Pero el padre estaba muy
ocupado y no pudo ser.
Entonces, por ahí apareció el Padre Olza. Llegó por allá, por Paraguaipoa, y habló con el Padre Pablo y le dijo: "De ese asunto de investigación guajira, el que sabe es un cieguito que anda por ahí, pero de resto no hay otro que se ocupe de eso, anda por Perijá, de vendedor de lotería". Entonces el Padre Olza sintió curiosidad, tomó interés y se vino para acá. Un día que yo andaba por La Piedras, enseguida me in formaron que un cura español me andaba bus cando por Machiques. Cuando llegué a casa, ahí estaba él, entonces así empezó y desde ese día para acá he aprendido muchas cosas con él. El Padre Olza me animaba mucho y decía: "Nosotros vamos a pedir ayuda para ti, pero para que a la gente le entren ganas de ayudar, tienen que ver primero que se publiquen los trabajos". Bueno, y salió La Morfología, como 15 años de investigación, eso fue una emoción muy grande, ese fue el primer libro, con muchas cosas deficientes a pesar de 15 años de investigación.
Después vino Los Relatos Guajiros. Unos cuentos son muy viejos. Yo los escuchaba porque me encantaban los cuentos, los mitos, las canciones. La canciones son también cuentos, los jayechi, hay canciones que duran horas o una noche entera. Yo, cuando niño, ya habiendo dejado de ser pastor de ovejas, era el servidor de las copas o de los tragos cuando había borracheras en la casa. Entonces yo me sentaba por ahí donde estaban tomando y podía muchas veces oir comentarios o canciones de las borracheras y yo le ponía atención a veces, porque otras veces tenía sueño o hambre. Algunos cuentos, como por ejemplo el del hombre casto, eso era una canción que cantaba mamá, lo del borracho también es de otra canción.
Eso de escribir en guajiro no era una cosa rutinaria, eso era como aventurarse, arriesgarse. Entonces el Padre Olza me empujaba, me animaba a terminar. Me consiguió los instrumentos para escribir. Ahora escribí el primer cuento, el cuento del borracho, temblaba y me fallaba la mano, tenía miedo, como cuando uno se casa por primera vez. Entonces, así tenía que escribir y corregirlo en braille y después pasarlo a máquina para que el Padre lo pudiera leer.. Entonces, él y yo hacíamos la traducción.
Esos cuentos no tenían ni principio ni fin, tenía que adaptar yo el principio y el final, así como una novela.
El Padre me llevó al Ejecutivo del Zulia, estando de gobernador Omar Baralt. Entonces me consiguieron una beca de 600 bolívares. Para la publicación de las obras, no sé quién pagó la publicación de La Morfología Guajira. La publicación de Relatos Guajiros la pagó la Industria Láctea Ilapeca. Me hice muy conocí y amigo de Ilapeca. Para el bautizo del libro todo fuimos en un viaje en avión, eso fue en Caracas, en el rectorado de la Universidad Andrés Bello. Eso fue grande, la mujer y los hijos por primera vez en avión; todo eso fue una emoción grande para mí para continuar trabajando; ahora por ahí salió un diccionario. El diccionario fue pagado o patrocinado por Corpozulia, el bautizo se realizó en la sede de Corpozulia. Entonces, con una petición del propio presidente de Corpozulia, Fernando Chumaceiro, "ya quisiera yo un diccionario al revés, castellano-guajiro, ¿te atreves a hacer eso? "Sí, doctor, yo lo puedo hacer y creo que en dos años".
Entonces quedamos así. Entre la Universidad Católica y Chumaceiro se pusieron de acuerdo que valía la pena que Corpozulia me siguiera dando una ayuda para la publicación de las obras y una mensualidad para dejar definitivamente la lotería y dedicarme de lleno a esta investigación.
Convinieron por contrato 1.900 bolívares mensual por dos o tres años, y que ese contrato, al vencerse, se renovaría. Entonces ya por ahí seguía adelante y podía estar tranquilo trabajando.
El contrato con Corpozulia se ha renovado a partir de este año de 1981 y vencerá en 1983. No deja de haber problemas, ya me siento cansado, son nueve años de trabajo duro, este lugar es inadecuado, aquí no se puede trabajar el techo de zinc manda demasiado calor, habría que forrarlo, el ruido de motos es demasiado molestoso, sobre todo al trabajar con los graba dores. El ciego no debe ser distraído, interrumpido, para no perder el hilo de lo que está pensando, hace falta un inmediato colaborador, hace falta que yo vaya a La Guajira porque, como quedé ciego desde niño, no pude ver muchas cosas; por ejemplo, voy a escribir "parishe", eso es una planta, entonces no sé cómo es la hoja, entonces hay que ir a hablar con los guajiros viejos y estarse uno allá unos meses, oír más cuentos...
Yo estoy muy agradecido a la Universidad Católica, al Centro de Lenguas Indígenas, y al Padre Olza, él ha sido mi brazo derecho, me ha ayudado mucho, me ha dado ayuda material y moral. Yo sólo si voy a pedir una colaboración, poco caso me hacen, me dicen que no se puede, que venga otro día... Este rancho se lo debo al Padre Fidel que también me ayudó mucho.
Año 1 No. 2
Maracaibo 1981
Redactores: Ramón Elías Pérez y Antonio Pérez Esclarín
Portada:
Evelín Canaán
Ilustraciones:
Ender Cepeda, Henry Bermúdez, Edgar Pacheco, Vicente Alcázar, Juan Mendoza.
Consultoria Jurídica:
Nelly Contreras
Responsable en Barquisimeto: Gabriel Saldivia
Producción:
Editorial Gárgola C.A. Apartado de Correos 2483
Maracaibo.
Director-Editor:
Ramón Elías Pérez
Diagramación y Montaje
Simón Ortega
Agradecemos la colaboración prestada por Yelitza Fajardo y Carmen Luisa Pérez por las
transcripciones realizadas.
Esta publicación ha sido copatrocinada por la Secretaría de Cultura del Estado Zulia.
Depósito Legal PP 80-0064 Precio por ejemplar Bs. 10
CONTENIDO
MIGUEL ANGEL JUSAYU
Antonio Pérez Esclarín